Iglesia abre polémica al excomulgar a médicos que le practicaron un aborto a una niña
30 de agosto de 2006
¿En qué se basa la Iglesia Católica para tomar una decisión así? ¿Por qué un criminal de guerra como Carlos Castaño sí puede recibir la comunión sin que haya ninguna manifestación de censura?
La polémica está servida. La Iglesia Católica decidió excomulgar al cuerpo médico del Hospital Simón Bolívar, en Bogotá, por haberle practicado un aborto a una niña de 11 años. La menor estaba embarazada de su padrastro que durante los últimos cuatro años la violaba.
Nota completa en semana.com:
http://www.semana.com/wf_InfoArticuloNormal.aspx?IdArt=96722
«¿Quién es un padre Lopera que Virginia Vallejo menciona como persona muy cercana a Escobar?», pregunta la periodista María Isabel Rueda al historiador Alonso Salazar, en la edición de la revista Semana de 31 julio 2006.
Salazar contesta: «Ese es el capellán. Un sacerdote que aún ejerce en la ciudad y que estuvo presente en todas las grandes manifestaciones de Escobar, y a quien curiosamente la Arquidiócesis nunca sancionó».
Se trata del padre Elías Lopera, quien junto con el sacerdote Hernán Cuartas trabajaba con Pablo Escobar en tiempos en que el cardenal López Trujillo hacía hasta para vender al frente de la Arquidiócesis de Medellín. La revista Semana de agosto 13 de 1984 publica una foto que muestra a Lopera con Escobar, como anfitriones en uno de sus eventos, tal como recordó la periodista estadounidense Penny Lernoux en el National Catholic Reporter de Kansas City, noviembre 16 de 1984.
La documentación está recogida en «La guerra secreta del cardenal López Trujillo», del periodista Hernando Salazar Palacio, Ediciones Temas de Hoy (Planeta) 1996, que muestra la persecusión sin cuartel a la Teología de Liberación -que López Trujillo, junto con el cardenal Ratzinger, estaba empeñado en erradicar.
Por cierto que me puse a buscar cuáles eran exactamente las alusiones al supuesto homosexualismo de monseñor, que había leído, hace nueve años, en el libro de Hernando. Y las encontré.
Están en una carta que le escribe en 1988 a López Trujillo el cura Eduardo Toro, para entonces párroco de Santa Cruz de Alcalá, barrio de clase media de Envigado, municipio aledaño a Medellín. Toro no usaba el clerygman, lo que molestaba a López T. Era amigo de otros curas que habían caído en desgracia con monseñor. Y encima, Toro se había atrevido a testificar a favor de un seminarista, que había demandado por calumnia a tres curas de la rosca derechista de López Trujillo.
Toro era pintor, había estudiado Bellas Artes en Roma y tres años atrás había hecho una exposición de pinturas con desnudos humanos, para los cuales había recurrido a modelos masculinos, por lo cual López le había atribuido proponerse ser «apóstol del mal». Otros sacerdotes decían haber visto a Toro en compañía de un joven en el municipio de La Pintada, en Antioquia, lo que Toro rechazó como calumnia. En todo caso, López le prohibió al párroco rodearse de jóvenes.
Toro escribe en la semana de Pascua de 1988 dirigiéndose al cardenal: «Sería como decir yo que usted anda en mancebías por los innumerables comentarios que inundan a Medellín, porque usted, repetidísimamente sale de paseo con C.L. o L.F.R. [probablemente el sacerdote Luis Fernando Rodríguez, uno de los acusadores contra el seminarista], así los haya investido de Cancillerías [el canciller se encarga de la redacción de las actas de la curia, su expedición y archivo], Vice-Cancillerías [el vicecanciller es el ayudante del canciller], Secretarías Ejecutivas, Rectorías de Filosofías y Teologías, Profesorías de Latines, Maestrías de Liturgia, Direcciones Espirituales y de todos los todos… o señalar igualmente al Señor Cardenal porque en esos paseos se hace acompañar de jóvenes seminaristas y laicos. ¡Qué injusticia! Dios me libre de juzgar a la gente. Tenga presente aquello del sapientísimo aforismo De internis non judicat ecclesia [La iglesia no juzga sobre el fuero interno].
«Me prohíbe recibir jóvenes en mi casa o salir con ellos. Sólo le digo, que se habla de sus relaciones, no muy santas, con jóvenes y dan incluso nombres propios. Entonces, «Al alcalde quién lo ronda?», reza la carta de Toro, con copia al Nuncio, al Tribunal de la Signatura Apostólica en el Vaticano, y al muchacho seminarista, ya expulsado del seminario.
Y agregaba: «Sólo quien tenga una mirada perversa, podrá ver mis dibujos con maldad: ‘Los ojos son el espejo del alma’. Me pregunto cómo hace usted para pasearse por el Vaticano en donde los desnudos campean. Cómo podrá estar eligiendo al Sumo Pontífice en un recinto pleno de desnudeces hasta del Cristo y de la Purísima, quien mira el cuerpo humano a la manera suya? Si así fuere, que condenen a Julio II, a Alejandro IV Borja, a León X, a Urbano VIII Barberini y a León III Farsenio; que a Miguel Ángel lo destruyan y a usted que le quemen su cuerpo, para que quede ‘limpio’de sus carnes».
El libro de Hernando Salazar es una investigación impecable que reseña episodios mucho más determinantes que estos asuntos infraumbilicales, que sólo traigo a colación porque este prelado es el que manda en el mundo católico precisamente sobre esos asuntos. La investigación no pudo ser demandada por López Trujillo, a pesar de que monseñor dedicó todo un equipo de abogados a evaluar renglón por renglón la posibilidad de una demanda.
Y hasta sería entretenido hacer una relectura del libro contando cuántas veces aparece López Trujillo amenazando con la excomunión. Parece ser una de sus pasiones. Constanza Vieira
Escrito en : Desde Bogotá,El poder