Moncayo, la realidad como equipaje
02 de agosto de 2007
“Yo aquí voy a fijar mi residencia”, dijo el profesor Gustavo Moncayo cuando llegó a la Plaza de Bolívar el miércoles a las 4 de la tarde, después de un viaje a pie de mil kilómetros. Por eso, espera allí este jueves al presidente Álvaro Uribe.
El miércoles a las 6:45 a.m., al aire por Caracol Radio, el mandatario había invitado al profesor Gustavo Moncayo a reunirse con él en el palacio presidencial. “Yo voy a tener mi vivienda en la Plaza de Bolívar. Lo invito”, le contestó Moncayo, que a esa hora aún estaba en Soacha, municipio aledaño a Bogotá por el sur, donde había pernoctado.
Ahora Moncayo y Uribe viven a 200 metros de distancia y será el presidente derechista, acompañado de varios ministros, el que vaya a las 9 a.m. a visitar al “caminante por la paz”.
Moncayo recibirá a Uribe en la “Oficina – sala de espera y cafetería” de su nuevo hogar, como avisa la señalización en una de tres amplias tiendas de lona impermeable blanca que la alcaldía izquierdista de Bogotá ha dispuesto para que se instale, tras un cerco perimetral de 22 x 8 metros de vallas móviles de seguridad, en el costado sur occidental de la plaza.
Las otras dos tiendas son “zona privada”. Allí hay colchonetas, sobre un mullido aislamiento de las lozas de granito que cubren la amplia explanada; y almohadas, cobijas, un par de muebles de plástico.
Un potente calentador ambiental a gas para exteriores debe amparar de la brisa gélida que sopla del Páramo de Cruz Verde, que domina los cerros andinos al oriente de la ciudad. Dentro del cercado, tres sanitarios móviles de color esmeralda. El conjunto está dotado de electricidad.
Sobre su encuentro con Uribe, Moncayo ha dicho: “Necesito por lo menos tener ese diálogo, ya que hay una necesidad urgente, prioritaria, que son nuestros secuestrados”, “esto es fundamental, no da espera. Vamos a cumplir los 10 años de sufrimiento y dolor”.
Desde el 17 de junio hasta el primero de agosto, Moncayo caminó desde su pueblo Sandoná, en el extremo sur occidental de Colombia, departamento de Nariño.
Partió precisamente el Día del Padre para exigir la libertad de su hijo, el cabo Pablo Emilio Moncayo, de 29 años, apresado por las FARC desde el 21 de diciembre de 1999.
Su objetivo es “convencer a las dos tapias (sordos) más grandes que ha habido en Colombia: el presidente Uribe y las FARC”, dijo este miércoles poco después de las 4 de la tarde, apenas llegó, ante una Plaza de Bolívar que hervía de gente que clamaba por el acuerdo humanitario y lo escuchaba con fervor.
“Porque los unos dicen: queremos despeje, y el presidente dice: ¡no hay despeje! Y los unos dicen: si no hay despeje, no hay acuerdo humanitario, y el presidente dice: ¡No hay despeje! ¡Y no hay acuerdo humanitario!, y lo dice a voz en cuello.
“Y eso nos duele, porque para nosotros es un daño psicológico muy grande” dijo el docente, además padre de cuatro hijas.
“Yo no vengo a pedir nada a nadie. Es una exigencia del pueblo”, agregó Moncayo, de 56 años, “es el pueblo el que está exigiendo hoy que haya acuerdo humanitario. Porque no podemos dejar que nuestros seres queridos se pudran allá en la selva”, y recordó a los 11 diputados del Valle del Cauca que perecieron el 18 de junio pasado en confusos hechos, siendo rehenes de las FARC.
Aún no se tienen noticias sobre la entrega de los cadáveres a sus familias, a través de una comisión humanitaria internacional. Su muerte, dada a conocer por las FARC con 10 días de retraso, causó un duro impacto al caminante, para quien esa tragedia fue producto del “orgullo falso” y el “rencor”.
“Las FARC no pueden seguir jugando con nuestro dolor. Los cuerpos nos pertenecen, son nuestros, queremos recibirlos y no dilaten más esa decisión y esa disposición que han dicho tener”, dijo a través de Caracol Radio Fabiola Perdomo, ahora viuda del diputado Juan Carlos Narváez.
“Siento un poquito de dolencia en mis pies porque tal vez he abusado de ellos. Los dolores físicos se curan con medicinas, pero los dolores que tengo, que tenemos en el alma, esos durarán muchos años en sanar”, dijo Moncayo cuando arribó a la Plaza de Bolívar.
Trazó responsabilidades para todos, gobierno, legisladores, “también nosotros tenemos culpa por haber sido indiferentes ante el dolor del secuestro de los otros, también es culpable el pueblo porque nos ha dejado solos.
“Ni gobierno ni guerrilla se han conmovido ante el dolor de nosotros.
“Estoy por todos ellos” y se ofreció en canje para que liberen al grupo “porque ellos tienen más derecho a vivir”.
Recordó al gobernador de Antioquia, al ex ministro de Defensa, a los 11 militares que sucumbieron con ellos un cinco de mayo de espanto en 2003, ejecutados por sus captores durante un intento de rescate militar, y “a los otros soldados y policías que murieron y que a nadie le importan”.
“No han callado, tenemos miedo a levantar nuestras voces”, “he caminado en las marchas del magisterio”, pero en ellas “aceptamos que nos hagan marchar solo por un carril de la vía, y no protestamos”.
Por eso, junto con su hija Tatiana “decidimos desafiar todo, especialmente la indiferencia del pueblo colombiano”.
El “caminante por la paz” es licenciado en ciencias sociales y tiene un postgrado en historia.
Precisamente cuando Moncayo estudiaba su postgrado, la familia pasaba por una situación económica difícil, y él y su esposa Stella Cabrera le sugirieron a su hijo mayor, Pablo Emilio, recién graduado de secundaria y único varón, que ingresara por un año al ejército.
Las finanzas se demoraron en mejorar, Pablo Emilio se quedó, y más tarde ya le gustó la vida militar.
En la plaza, Moncayo ejerció como maestro ante los miles de congregados. Contó que, al iniciar el viaje a pie, le dijo a su hija Yuri Tatiana, quien también acompañó a su padre desde Sandoná: vamos a aprender a observar, y lo primero que vieron fue que “el sol nos buscaba para alumbrar nuestros pasos”.
Lo principal fue comprobar “la grandeza del pueblo colombiano”, cuando mujeres y hombres salían a invitarlos a probar sus tortas de maíz y los hacían seguir y sentarse. En contraste, en una de esas, paró un lujoso BMW blindado. Se bajó el señor y dijo: venga, profesor, tómese una foto conmigo, posó y se marchó.
En un punto de su camino tuvo que hospitalizarse porque tenía calambres. Le ordenaron pasar la noche en una camilla, y él aceptó gustoso el descanso. Pero al otro día amaneció de muerte porque la camilla tenía unos resortes sueltos y se le enterraron “en otra parte” cuando se sentó.
“Y supuestamente era el mejor hospital”, dijo a la muchedumbre en la Plaza de Bolívar.
Siguieron caminando y salieron a encontrarlos dos niños de 8 y 9 años. “Quiero que le liberen a su hijo”, le dijo a Moncayo uno de los pequeños. Iban descalzos y embarrados de pies a cabeza. Eran niños trabajadores que se ganan por día entre 2.000 y 2.500 pesos (US $1y1,25). “¿Eso es justo?” ¡No!, gritó la gente.
A lado y lado de la flamante Carretera Panamericana, por la que pasan poderosas tractomulas trayendo y llevando la economía del país, vio miseria, y a “la gente clamando por una moneda”.
Encontró a contratistas que llevaban 10 meses sin salario y que no podían protestar “porque la fuerza pública nos da bolillo”.
Moncayo almacenó cada una de esas imágenes en su viaje, “en una de esas cámaras que demoran media hora en tomar la foto”, contó.
“No esperemos a que nos llegue la paz. No regalemos a los pobres medias pecuecudas (malolientes) ni zapatos que no sirven. No demos lo que nos sobra, porque eso no es caridad. Demos de lo nuestro, para recibir mucho”.
El día más difícil fue el cruce de La Línea, una mole casi abrupta de 3.300 metros de altura sobre el nivel del mar.
Les cayó tremendo aguacero y cuando llegaron a la cima, hambrientos y exhaustos, el Sindicato de Maestros del Tolima comenzó por servirle comida a él y su comitiva, “pero la garganta se me hacía un nudo porque a nuestro lado estaban policías y enfermeras que nos habían acompañado en La Línea”.
Moncayo no probó bocado hasta que no hubo para todos, y luego “llegó tanta comida que le dimos hasta al dueño de la tienda” de víveres donde se encontraban.
Luego se reunió con los agentes y les dijo: cuando hay un mitin, ustedes nos atacan con gases lacrimógenos y agua, y nos dispersan, ¿por qué? Y ellos dijeron: tenemos la orden de garantizar el desarrollo de los grandes capitalistas, y de darle bolillo al pueblo si interfiere.
Les dijo: ¿por qué no averiguan por qué la gente protesta, y se unen a la marcha? “Qué lindo sería señores agentes que ustedes se unieran al pueblo, en vez de darle garrote”. Entonces, un coronel le expresó su admiración y le prometió que cambiaría su forma de actuar, contó.
“Tenemos que hacer que el pueblo se levante con dignidad”, dijo, y luego explicó, en tono de maestro, en qué se diferencia “intercambio humanitario” de “acuerdo humanitario”, y por qué lo correcto es usar el segundo término.
Intercambio humanitario es que liberemos a 100 guerrilleros a ver si las FARC nos liberan a nuestros seres queridos, explicó, y eso “es únicamente mirar hasta la nariz (…) pero tenemos que mirar al futuro”, dijo en alusión a la excarcelación de 150 supuestos insurgentes escogidos por el gobierno, hace unos meses.
En ese episodio, por presión del presidente francés Sarkozy, Uribe liberó también a Rodrigo Granda, miembro de la Comisión Internacional de las FARC. La guerrilla no reconoció el gesto unilateral como un avance.
En cambio, explicó Moncayo, el acuerdo humanitario “es entre dos partes. De un lado debe estar la guerrilla y del otro el presidente. Y no es por teléfono ni por Internet, como lo propone” el gobierno, “es en una mesa. Debe haber un convenio de las partes”.
“Compromisos gobierno-Farc, eso es lo que queremos todos”, dijo.
Moncayo le propone a las FARC un plan muy sencillo: no secuestrar más, no atacar más bases militares ni puestos de policía, decretar un cese al fuego, y, agregó, “qué lindo sería que dijeran: vamos a deponer las armas porque queremos la paz de Colombia”.
Hizo cuentas sobre la ingente cantidad de balas que se gastan los centenares de miles de militares colombianos nada más haciendo prácticas de polígono, y recordó que cuando el presidente Uribe ordena “vamos a rescatar a sangre y fuego, está invitando al pueblo colombiano a convertirse en asesinos en potencia, y ¿quiénes son? Nuestros hijos”.
Agregó que les pagan “un millón y medio de pesos y 15 días de vacaciones a los soldados si traen guerrilleros muertos”.
En cambio, el presidente “debería nombrar a 400 mil maestros (…) que la plata que se invierte en la guerra se invierta en educación, hay que darle garrote pero a la ignorancia”, en vez de pedir dinero en el exterior para la guerra.
Que los recursos se inviertan en vivienda, “no más cambuches” como los que vio a la orilla de las carreteras. Que “todos los que manejan los rubros económicos dejen que la plata llegue a donde debe”: comprar pupitres, dotar hospitales y “muchas cosas más”.
Que no diga más que no habrá acuerdo humanitario, pues “eso nos duele a nosotros”.
Vaticinó que en ese Primero de Agosto “partimos en dos la historia de Colombia” y que será en el futuro un día para celebrar.
Propuso formar mesas permanentes por el acuerdo humanitario, integradas por sindicalistas, líderes de bancadas o amas de casa, “para que el pueblo diga lo que necesita y que nos sean los norteamericanos (estadounidenses) los que digan qué tenemos que hacer”.
“El que comenzaron considerando chiflado, resultó el doliente más sabio”, escribió el poeta Jotamario Arbeláez en su columna de opinión del diario bogotano El Tiempo que circuló el miércoles.
En la noche, Moncayo se reunió en la sede del Episcopado con 18 embajadores, entre ellos los de Francia, Suiza y España, facilitadores reconocidos por ambas partes.
En su agenda está ya una gira por Francia, Bélgica y España, dentro de uno o dos meses. “La idea es que mi papá pueda exponer a Europa y a todo el mundo el drama que se está viviendo en Colombia por los secuestrados”, dijo Tatiana Moncayo.
La alcaldía pagará para la comitiva 41 habitaciones en un hotel cercano, de cuatro estrellas.
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