Paramilitares ya no hay, pero siguen matando
08 de noviembre de 2012
Lo primero que hicieron para desaparecerlos fue comenzar a decirles «actores armados ilegales». Después, cuando los declararon extinguidos, dieron orden de decirles «bandas criminales», «Bacrim». Un ministro de Defensa incluso instruyó a la prensa de no escribir Bacrim, con mayúscula inicial, puesto que no se trataba de un nombre propio.
Así desaparecieron los paramilitares de los medios y del imaginario de muchos.
Pero ahí están. Su huella puede leerse en los crímenes que cometen: los asesinatos del paramilitarismo se reproducen en el Caribe, en el Pacífico, en Antioquia, en el Magdalena Medio.
Los muertos son casi siempre pobladores de pequeños cascos urbanos, mineros artesanales y campesinos. Nada más en el Nordeste Antioqueño, totalmente militarizado como está, van unos 260 asesinados este año.
El ejército y la policía le dicen a la prensa que se trata de vendettas entre bandas criminales (bacrim, sí señores) de extorsionistas y narcotraficantes.
A veces, casi siempre, los asesinos se identifican con denominaciones locales o regionales: unas veces son los Urabeños, otra los Gaitanistas, otra más las Águilas Negras. Los de la masacre de 10 campesinos, esta vez en Santa Rosa de Osos, fueron Los Rastrojos.
Todos son narcotraficantes paramilitares en versión nueva, surgidos después de que las AUC «se desmovilizaron», entre 2003 y 2006, en el marco de un «proceso de paz» con el gobierno Uribe.
Escrito en : Civiles en la mira,El fin justifica los medios,El poder,Justicia