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Cuba-EEUU: cercanías en la diferencia | IPS en la blogosfera

La reciente visita que efectuara a Cuba el ex presidente norteamericano James Carter tuvo desde su misma gestación un carácter histórico. Por primera vez luego del triunfo revolucionario de 1959 una figura pública norteamericana de la categoría del ex presidente demócrata llegaba a la isla invitado por el gobierno cubano, que lo recibía cordial y casi fraternalmente, y le ofrecía facilidades para cumplir una agenda que incluía encuentros con figuras no oficiales – incluso opositores – y la posibilidad de dirigirse a todo el país por las ondas de la radio y televisión nacionales.

La presencia de Carter en la isla, que para algunos resulta un duro golpe a las más férreas posiciones de los que sostienen e impulsan el embargo contra Cuba, puso una vez más en evidencia cuán distantes han estado, por cuatro décadas, dos países tan cercanos en la historia y en la cultura.

 James Carter Adalberto Roque - Pool de prensa

James Carter Adalberto Roque – Pool de prensa

Cierto es que desde muy temprano y hasta la actualidad las relaciones políticas entre la nación norteamericana y la isla de Cuba – colonia primero, república después, estado socialista más tarde – han sido traumáticas. Desde el originario interés por sumar el territorio cubano a la federación del norte hasta hostilidades de última hora, pasando por intervenciones militares y enmiendas neocoloniales, en el terreno político han sido múltiples las diferencias entre las dos naciones que, sin embargo, han estado tan próximas en otros terrenos de la vida social.

Desde el mismo siglo XIX fue el territorio de los Estados Unidos, nación independiente y democrática, el refugio de los primeros exiliados cubanos que desarrollaron en este país una parte importante de su labor política, cultural, religiosa y social. Así, a lo largo de toda aquella centuria, desde el fundador de la poesía cubana, José María Heredia, hasta el Apóstol de la Independencia, José Martí, fueron decenas los cubanos ilustres que pasaron parte de su vida en el vecino del norte. Allí, por ejemplo, Heredia escribió el más grande de los poemas cubanos, su oda “Niágara”, mientras Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, el periódico Patria y escribió libros como La Edad de Oro y una parte fundamental de su poesía. Otro cubano insigne, Félix Varela, desarrolló casi toda su obra política, literaria y religiosa en el destierro norteamericano, donde fundó el periódico El Habanero y llegó a ser una de las principales figuras de la Iglesia Católica del país. La segunda y definitiva versión de la novela cubana por excelencia, Cecilia Valdés, fue escrita por Cirilo Villaverde –anexionista en algún momento– viviendo en aquel país, en el que también hallaron refugio escritores como José Antonio Echevarría y Félix Tanco, entre muchos otros. Incluso, la bandera que representa a la isla vino por primera vez a Cuba en las manos de Narciso López en una invasión anexionista procedente de Estados Unidos.

Por su parte, desde aquella centuria dorada comenzó a establecerse una importante relación en dos manifestaciones que definen y caracterizan a Cuba y Estados Unidos: la música y el béisbol. La “ida y vuelta” de ritmos, estilos y músicos estableció desde aquella época un vínculo cultural que se mantuvo en ascenso a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX, hasta fundirse en formas musicales como el conocido “afrocubanjazz” o jazz latino, que se produjo a partir del hermanamiento de dos géneros característicos: el son cubano y el jazz norteamericano.

Mientras, el béisbol, llegado desde Estados Unidos, muy pronto se convirtió acá en una forma de distinguir lo nuevo (lo cubano), de lo viejo (lo español) en el momento de más aguda confrontación con la antigua metrópoli y, desde entonces, devino pasatiempo nacional en el cual la relación Cuba-EE.UU. ha tenido una estrecha continuidad y una enconada rivalidad. Memorables e incontables son los jugadores cubanos que, desde las Grandes Ligas hasta las Ligas de Color (negros) y otros circuitos menores, echaron sus mejores años jugando béisbol en los Estados Unidos, mientras muchos jugadores de aquel país participaban en las ligas profesionales cubanas. Más recientemente los juegos entre Cuba y Estados Unidos celebrados en competencias internacionales han devenido verdaderos duelos a muerte en los que – cómo evitarlo – el acento político los ha marcado con un carácter extradeportivo.

Menos fortuna en su influencia sobre los cubanos tuvieron las sectas protestantes venidas desde el norte. Su presencia, que trató de imponerse desde finales del siglo XIX y los inicios del pasado, no fue afortunada entre los isleños, aunque en las últimas décadas se produjera un incremento del número de fieles de estas denominaciones religiosas.

Las literaturas cubana y norteamericana del siglo XX vivieron una amable concomitancia a lo largo de todo ese período. Sin duda, el caso más notable de cercanía y apropiación está en la obra de Ernest Hemingway, radicado en Cuba por casi 30 años, y autor de varias obras que tienen a la isla como escenario: desde la mundialmente famosa novela El viejo y el mar, hasta largos pasajes de Islas en el golfo y varios de sus más hermosos reportajes dedicados al deporte de la pesca de la aguja.

Este empleo del universo cubano como escenario de obras de autores norteños ha sido una constante que se ha mantenido hasta hoy, cuando escritores como Elmord Leonard y Martin Cruz-Smith han publicado muy recientemente libros con los títulos de Cuba Libre y Havana Bay, respectivamente.

La huella de la literatura estadounidense en la cubana quizás haya sido incluso más esencial, pues ha sido notable la influencia que escritores norteamericanos de diversas generaciones han ejercido sobre autores isleños también de diversas generaciones. Junto a la del imprescindible Hemingway, notable ha sido la sombra de John Dos Passos, J.D. Salinger o Dashiell Hammett, por sólo citar unos casos.

Un proceso de singular importancia en la cercanía cultural y espiritual entre estos dos países, hoy en pugna, ha sido el nacimiento de una cultura cubanoamericana, como ha sido calificada por los especialistas, y que ha tenido frutos no sólo en el terreno artístico, sino incluso en la vida cotidiana de las personas crecidas bajo esa circunstancia. Una notable reflexión sobre este tema la ha realizado el cubanoamericano – a veces a su pesar – Gustavo Pérez Firmat, escritor y académico que ha escrito sus Cincuenta lecciones de exilio y desexilio para tratar de personalizar esta doble pertenencia cultural, en la que han crecido miles de personas nacidas en la isla y emigradas al norte o de origen cubano nacidas en ese país, y que, literariamente, se ha manifestado en obras como las de Oscar Hijuelos, Cristina García, Achy Ovejas, Ruth Bejar, Roberto González Echevarría y tantos otros.

Estos pocos ejemplos, que ilustran hitos y procesos destacados de una profunda cercanía entre dos países hoy políticamente distantes, apenas ilustran la densidad de una concomitancia que abarca infinitos elementos de la vida histórica y de la vida cotidiana de dos naciones que, tal vez en un futuro, puedan saltar sobre las diferencias y reposar sobre las múltiples razones que las acercan.

Publicado originalmente en “La esquina de Padura”